Todos los viernes, al salir del colegio, Fernandito va a casa de los abuelitos ¡y le encanta! Le encanta, porque dice que el abuelo se sabe una cantidad de historias...
El otro día, sin ir más lejos, el abuelo le contó "El gato con botas". Pero, como le daba algo de miedo, por eso de que en la historia aparece un ogro (ya, ya sé que Fernandito sabe que los ogros no existen), como le daba un poco de miedo, decía, el abuelo optó por contárselo jugando con cacharros de cocina.
Por allí desfilaron cucharones, trinchadores, cazos, vasos, espátulas...
Fue una fiesta de aventuras y de magia. Fernandito se lo pasó genial y el abuelo se sintió feliz al saberse, una vez más, el centro de la sonrisa de su nieto.
"El gato con botas" surgió como tantas otras cosas, de casualidad, jugando un día con los cacharros de la cocina.
Todos hemos probado a hacer muñecos con las cucharas. Ahí estaba el reto: en conseguir personajes muy diferentes, perfectamente identificables y que cada uno encarnase a un protagonista de la historia.
El resto, fue fácil: cambios de voces, algo de cuerpo, un par de juegos de magia y ese sentido del humor ingenuo y contagioso que tienen los peques de seis o siete años; ese sentirse mayores sabiéndose pequeños; ese asustarse por todo, sin tener miedo de nada.
Hijos de molinero, gatos, reyes, princesas, ogros, conejos, tomates... ¿Tomates? ¡Claro, a la fuerza esta historia tiene que tener algo de cosecha propia!
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